2004
2005
2006
2007
2008

"Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar"

La obra de María Teresa León "Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar" se publicó por primera vez en el año 1978, cuando la escritora y periodista acababa de regresar a nuestro país junto con su compañero Rafael Alberti tras un largo exilio fuera de España.

Almudena Grandes habla en su prólogo de la relación entre María Teresa León y Miguel de Cervantes: “El autor de Don Quijote siempre había sido uno de sus escritores favoritos. (...) Por eso,... ella se lo inventa, lo convierte en su propio personaje, lo recrea a imagen y semejanza de su enorme corazón. Esto es lo que ofrece al lector en El soldado que nos enseñó a hablar, mucho más que una biografía convencional...” “Este es el hallazgo de un libro especial”.

Mujer inteligente, sensible, cordial y valiente, ejerció un destacado papel en el Madrid de la guerra. Sufre exilio junto con el hombre que fue su gran compañero en la vida, el poeta Rafael Alberti.

Entre sus obras destacan: Cuentos para soñar, Contra viento y marea, Juego limpio (donde plasma sus vivencias del Madrid en guerra), Romancero de la Guerra Civil (dedicado a Federico García Lorca), Memorias de la melancolía (su autobiografía)...

Su última obra fue la biografía novelada de Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar. un poema en prosa en cuyo texto encontramos las múltiples aventuras y desventuras de Cervantes, un hombre que sufrió, como María Teresa, la dolorosa pena del destierro.

¿Ha llegado la hora de hacer mi testamento? Dejo a las mujeres de España mi entusiasmo por la vida. Nada más. Es todo lo que tengo. (Maria Teresa León)

“Hijo, ¿sabes dónde has nacido? ¿Comprendes en qué lugar has abierto los ojos? Pues estás en España. (...) ¿Traes algo entre las manos: una gota de agua salada, una canción, un caracol de las playas celestes? Hijo, voy a poner sobre tus labios un aliento, apenas, del vinillo nuevo, para que tu corazón jamás encierre amargura y halles en ti alegría que derramar sobre los que sufren adversidades y pobreza.”  
“¡Oh, libertad humana! ¿Dónde duermes? ¿Te conoce alguien? Otra vez están los frailes rescatando. ¡Qué poco dinero para tanta gente! Y fray Jorge del Olivar se queda en rehén para que manden más ducados de España. ¡Oh, libertad humana! ¿Dónde has hecho nido que nadie en Argel puede tenerte?”  
“...pero en Argel había demasiado sol, se embotaban las almas. Desnudaron a Miguel (para azotarlo). ¿Cómo se hace para que el pensamiento se vaya al cielo? Al cielo trató de mirar el cautivo. ¡Qué hermoso era aquel cielo, aunque fuese el de la muerte, y qué azul camino para liberarse de la vida! Pensó que la existencia era ya para él un castillo perdido donde las olas iban a estrellarse y de todo lo vivido solamente le quedaban las espumas...” 
“La vida de Cervantes sigue corriendo entre malos ratos y pesadumbres. Por donde aparece el comisario real de requisa se cierran las puertas de los graneros, se quitan las ruedas a los carros, se esconden los barriles, se afilan las mujeres las uñas y la desesperación reina. Qué bonito oficio. Las razones de Miguel ¿quién puede escucharlas?” 
“Muchas noches continuó Miguel leyendo a sus amigos las ingeniosas aventuras. Una de ellas, alguien gritó abriéndose paso: -Apártense sus mercedes, que traigo nuevas.
-¿Qué es lo que traes con tanta prisa? ¿La libertad? Y la libertad llegó inesperadamente para Miguel de Cervantes... Miguel siguió sentado en su silla, levantó los pliegos hasta la altura de sus ojos, y con ello disimuló para que no los vieran llenos de lágrimas.”
 
“Muchos caminos había conocido el alcabalero de Felipe II, tantos como desdichas. Pero hay un momento en la vida de los hombres que las desdichas parecen dormir, y Miguel de Cervantes aprovechó su sueño para trocarlas en burlas y gracias, escritas por su pluma tan animosa siempre.” 
“A Valladolid debía dirigirse Miguel de Cervantes desde la dorada Andalucía, pasando por los blancos caseríos de la Mancha. Le pareció que desandaba el camino de su vida al paso del rocín. Lo reciben Ruidera, Campo de Montiel, Criptana, las tierras del Toboso, Argamasilla...(...)Y le parece que el hidalgo manchego cabalga junto a él y luego se aleja, lanza en ristre, hacia sus ilusiones de vestigios y gigantes, encantadores y malandrines, hacia los relatos fabulosos que le gustaban a su mujer doña Catalina...<Yo soy aquel para quién están guardados los peligros, las grandes hazañas, los hechos fabulosos...>”. 
“Retornó a mirarse en el espejo y, no pudiendo con la carga de su soledad, se llegó donde estaba su hermana, depositaria de tantos secretos de su existencia. –Hermana Andreílla. ¿Crees que si viviera nuestra madre le gustarían mis historias? Los dos hermanos lloraron y rieron acariciando el libro con el cual creían terminada su pobreza. –Has escrito lo que más hubiera gustado a nuestra madre: un libro sin hiel.” 
“Y el libro sin hiel se abrió camino, subiendo las escaleras de los palacios y bajando a los rincones populares, entrando en los corrillos de los que saben poco y posándose en la mesa de los doctos. España entera desarrugó su entrecejo para reír con Sancho y acompañar con carcajadas los dislates del caballero de la Mancha. El libro sin hiel era un espejo donde todos podían verse reír y hablar, cada cual a su modo y manera, noble o plebeyo. Hablaba el libro sin hiel en la culta manera de los que saben, y los villanos daban a entender en su buena y lisa gramática parda lo que les recorría el alma, sin adornos ni universidades, pero sí con la gracia fresca de los mesones, las calles, las plazuelas y los caminos. Todos leían el libro sin hiel para encontrarse y hallar a sus vecinos,...”  
“¿Dulcinea? ¿Dulcinea? ¿Quién podía ser Dulcinea? Cada lector del libro famoso puso un nombre distinto a Dulcinea, y hubo muchas, tantas como el amor da, y Dulcinea fue para los españoles como una lámpara a la que se recurre en la noche oscura para recibir de la vida el valor de seguirla viviendo.” 
“...¡Cuánta sed! ¿Se concluye alguna vez la sed de la vida? (...) Luchaba Miguel de Cervantes con la muerte, sintiendo la pena de ver a don Quijote expirando. Jamás le había parecido el caballero de su invención tan buen paladín, tan de acuerdo con su conciencia, tan dentro de la más noble locura española, la de dejarse sin pena ir hacia la mar que es el morir...” 


 / JOSÉ LUÍS FARIÑAS

ContactoReserva de visitasMapa del sitio WebBuscar en este sitio Web